domingo, 20 de abril de 2008

Ensayo para electivo de Literatura e Identidad

Nuestro canto vencerá al silencio

“Cuando van a la guerra llevan muchas bocinas y atambores y flautas y otros instrumentos”. Pedro de Cieza de León, cronista español del siglo XVI

Cuando los conquistadores españoles, esos extraterrestres metálicos y crueles que se podían dividir en dos y caminar tanto en dos como en cuatro pies, se encontraron con los pueblos nativos que vivían en este planeta extraño y salvaje llamado Indias Occidentales, jamás pensaron que darían inicio a un proceso de mestizaje y creación cultural nunca visto hasta entonces, y que moldearía para siempre la cara de un continente, y del mundo.

Este pueblo, tripartito entre las influencias más radicalmente opuestas, se ha ido construyendo a lo largo de más de medio milenio, camino en el cual se ha ido definiendo así mismo como Latinoamericano, alimentándose y negando sus orígenes, copiando y enriqueciéndose de las culturas extranjeras, buscando solapadamente dar forma a su destino.
Esta raza joven y mal venturada, ha expresado su realidad a través de todas las formas de la cultura humana, entre ellas la música, el uso de las frecuencias y sonidos de la naturaleza para ganarle al silencio.

De esto se ha tratado la música latinoamericana a través de su historia. De vencer el silencio que nos ha impuesto la historia para que no contemos nuestra propia realidad. A través del canto hemos dicho lo que nadie nos dejo decir, a través de la música lloramos lo que no nos dejaron llorar luego de la matanza y de la hambruna. Pronto este canto se volvió protesta, y llenó todos los rincones de la tierra, en busca de conseguir lo que es nuestro y fue robado. La Dignidad.

Cuando los ibéricos pusieron sus botas curtidas por la sal en el nuevo mundo, los aborígenes -verdaderos habitantes de la tierra infinita ubicada desde el Yucon al Cabo de Hornos- ya conocían la música, el teatro, la danza y la literatura. La música no llego con los españoles, ellos solo le pusieron los acordes de sangre y dolor que aún marcan nuestras canciones.

Esta música autóctona, tomada directamente de la naturaleza, interpretaba los más variados temas, alcanzando los más variados estilos de refinamiento. Era música de la tierra, música humana y música divina.
Soplaba la quena junto al pastor de la vicuña en las alturas andinas, cantaban junto al fuego las piedras del yagan al fin del mundo, golpeaban los tambores los mexicas durante los juegos de la pelota en las ciudades de piedra imperial azteca.
En todos los rincones de la América la canción le ganaba al silencio.

Los españoles trajeron la guitarra morisca, la flauta visigoda, el cante hondo gitano. Estos cantares se irían filtrando entre las venas de Latinoamérica, al mismo tiempo que sus cantantes la irían desangrando.

Esta transfusión cultural es fundamental para comprender la música del continente, pero no es absoluta, aun falta agregar un componente invaluable y a la vez constantemente negado en nuestra identidad.



Del África ultramarina trajeron a los negros encadenados, secuestrados de sus casas y arrastrados en barcos insalubres hasta este planeta que les debió parecer tanto extraño como familiar.

Al negro se le obligo a trabajar, a morir en lavaderos de oro, a cortar la zafra del café, a fornicar con el patrón o la patrona cuando los problemas familiares asomaban, y para esta vida de esfuerzo y dolor tuvo que cantar, para darle humanidad a esta condición de esclavitud y humillación.
Es así como el negro cantaba durante sus labores, en coro, improvisando, zapateando. Esta influencia, estas razas diferentes pero unidas por el dolor le darían forma a la cultura de este planeta renaciente.

Las influencias africanas en nuestra música hasta ahora son visibles. La cueca, la zamba, caporales, el jazz. Todos son estilos marcados por lo lúdico, colectivo y emocional de la música negra.

Con estos tres componentes, puestos a cocer a fuego lento por quinientos años, vemos como se forma una cultura mestiza, precaria, entre odios y negaciones, anhelos y derrotas.
En nuestra música decimos lo que no podemos, bailamos como no somos, hablamos de lo que nos pasa día a día o de lo que hemos soñado desde siglos.

Aún hoy, la música latinoamericana se debate entre imitar las canciones extranjeras, gritadas a voz en cuello por las radios que solo buscan vender, o seguir creando identidad, mezclando las influencias, dándole nuevos horizontes a las creaciones originales.

Esta dualidad es expresión de la encrucijada de Latinoamérica, pueblo que ya debiera decidir entre seguir sirviéndole de granero al Imperio de los G8 o de una vez por todas tomar las riendas de su destino y salir del subdesarrollo. Lo que no ocurrirá hasta que al fin aceptemos nuestra identidad y generemos cambios políticos y sociales para salir del tercermundismo

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